Hubo siempre un susurro en el aire. Murmullos viejos
entre paredes y patios. El andar de los arroyos entre las arboledas y la
hiedra.
El Contemplante se cernía sobre sus piernas. Las dos
palmas en las rodillas. Tenía un vestido blanco, deslumbrante. Todo en su
rostro era deslumbrante. Como un sol nacarado, alumbrando contra el lago
azulino.
Desde siempre había estado ese silencio. No
recordaba otra cosa.
Aun cuando todavía le acompañaba aquel, reinaba el silencio. Después de
un tiempo, advirtió que su igual, llamado Abha Huck no retornó un día de sus
paseos. Pero aquella vez, él no se
preguntó que había pasado y su compañía quedo en el olvido.
Ahora se
inquiría, ahora lo hacía.
Desde donde él estaba una arcada descomunal se
extendía de frente, y detrás hileras de pasillos unidos a otros miles de
corredores; calles abriéndose a otros patios y más pasillos llenos de
habitaciones.
Tiempo ha, dejó de mirar la nada, y observó sus
manos, descubrió esos dedos tiesos, la palidez pulcra en los poros.
La carne también parecía brillarle a la luz de la
principal estancia, cuando las escamas de su cuerpo se estremecían
imperceptibles.
Recordaba que le llamaron Eö Vha, y hacían millares
de ciclos que se encontraba sentado, solamente pensando en cada engrane que
mantenía Todo funcionando.
Se preguntó qué era Todo. No encontró respuesta concreta en su cerebro, aun teniendo
miles de millones de ciclos repletos de información y saber, no sabía.
Vio sobre las nubes de su estancia mayor estrellas
brillando, y galaxias que giraban sobre indecibles cúmulos estelares.
Aquel día se encontró las pestañas.
Eö vio el blanco de sus largas pestañas, y también
vio su nariz. Pero después de eso, vino la forma, y enmudeció al entender
completamente.
-La mesura.- se dijo.
¡Unas manchas de mares estrellados subían por las
largas paredes eternas, y se grababan en el techo, y bajaban al suelo! Planetas y formas. Sobre todo, eso: ¡“formas”!
Formas grotescamente colosales.
Contempló un tiempo más aquello. Intentó organizar
su memoria. Allí encontró el concepto de cada cosa que iba mirando y viendo.
Denominó, enumeró, designó.
Pronto reconoció en esa visión los cúmulos, las
estrellas vinarias, las porciones de materia oscura y las galaxias interiores,
o exteriores, al igual que los puntos en las que ellas se volvían un espacio
plano, que encajaba sobre los lindes de los otros universos.
Demarcó las rectas que se unían, volviendo esos
universos a multi-versiones de ese espacio tiempo. Vio esos espacios tiempo a su vez, refractados
contra otro grupo de multiversos similares.
Supo claramente, que en otros espacios recónditos
también habría uno como él, o quizás más. Y probablemente allá no había
silencio.
Cuando afirmó que en otros lares, no había silencio
decidió ponerse de pie y solucionar ese inconveniente en su mundo. Entonces
habló.
Todas las estancias de aquel tremendo palacio
sintieron el retumbar casi metálico y frío de su voz apelmazada. Carraspeó la
garganta. Sintió los fluidos atravesándole sin prisa. Se reconoció presente.
_ Pues, sea._ dijo. Y el eco de la última bocal se
mantuvo un tiempo. Lejos, Eö pudo percibir el revote de su voz.
Muchos mecanismos reaccionaron.
_ Señor. ¿Desea algo?_ dijo una voz robótica. Eö
alzó los ojos al techo, luego movió la cabeza hacia ambos lados. Miró. Escuchó.
La Voz no volvió a repetirse, y él guardó silencio. Detrás
de su trono se oyó un pequeño chirrido. Eö Vha recordó La Voz.
_ ¿Eres Fonos?_ habló Eö. En su memoria, Fonos era
el nombre que se le daba a La Voz. Solo era confirmar lo que ya sabía.
_ Sí, Señor._ respondió la voz metálica. De nuevo el
silencio.
_ ¿En qué ciclo estamos? Especifícame los estados._
continuó Eö. De pronto, sabía más, poseía el saber diseñado de maneras
anteriores a él.
_ Ciclo veintitrés mil setecientos noventa y cinco.
_Periodo tres. Estados perpetuos al máximo. Desarrollos
vitales al máximo. Arcas contenidas. Funciones totales de la bío-esfera plenas._
dijo La Voz.
Eö volvió a guardar silencio. Le pareció suficiente
en aquel momento, y creyó prudente pensar. Todavía no terminaba de reconocer su
función total.
Siendo dueño y guardián de todo aquello, había algo
que le era ajeno, y era la verdad completa.
No muy lejos de descubrir La Voz, supo también que
podía recorrer los pasillos. Se miró las piernas, los pies. Contempló su imagen
en los espejos que adornaban las paredes detrás de los luminosos pilares de
plata refulgente.
Tenía la piel muy clara, casi escamas. Labios
carnosamente largos. Una nariz pequeña y enormes ojos rojizos. Vio de nuevo sus
pestañas, y también las cejas blancas. Su pelo blanco, y los ángulos de su
cara.
Levantó su cuerpo del sitial, firme contra su trono
centelleante y ardiente de Sol luminiscente. Se vio, blanco y brillante frente
a la luz de toda esa habitación, y a pesar de La Voz, sintió la soledad.
_Completamente solo._ pensó.
Bajó los escalones, un paso. Dos pasos. Al final no eran
largas escalinatas, pero los pasos suyos eran lentos, y pesados.
Eö Vha sentía como un peso en su cuerpo, un peso de
haber estado quieto millares de años. Meditaba todo.
Cuando llegó a la plaza debajo del trono, se vio más
cercano en los espejos. Frente a él subía su alargado cuerpo nervioso, y tenso.
Sus largos dedos se enlazaron unos a otros, luego
tocó su cara. También se surcó los labios, y palpo su fibroso y muscular pecho.
Sus brazos.
Tuvo apetito.
_ Necesito energía. Alimento._ dijo. La computadora
hizo girar la sala hacia un pasillo. Eö solo tuvo que dar unos pasos, y el camino
móvil le llevó.
_ ¿Qué sucedió? ¿Por qué tanto tiempo en silencio?_
preguntó. La Voz resonó en todas partes. Era bella, y era bueno oírla.
_ Ustedes permanecieron mucho tiempo en silencio. Y
por lo tanto, al no necesitarme, yo no he molestado._ dijo. Eö Vha miró los chapiteles
que coronaban salones, y los arcos que formaban largas bóvedas por las que él pasaba
veloz.
_ ¿Sabes qué pasó con mi compañero?_ dijo el Contemplante.
Tras su voz un click. La Voz respondió.
_ No poseo esa información. Lamento decirte que no
lo conozco todo. Se fue hace tres millones de ciclos. Y no regresó._ dijo. Una
enorme puerta se abrió frente a Eö, cruzó el portón, la cinta de transporte le
siguió llevando; dobló dos esquinas y de allí tomó uno de los miles de diferentes
pasillos. Después vino el salón negro.
En el techo se dibujaban océanos infinitos de
cúmulos galácticos, y a sus pies un mar acuoso, brillando. Al fondo de la sala
se abrió otra puerta, detrás de ella, la mesa de espejo. Un sol sobre ella
brillaba.
Platos, y frutos, y recipientes con agua, y jugos.
Todo olía y era fragante. Eö tomó algunas cosas, y las probó. La cinta había
dejado de llevarle y ahora caminaba en la habitación. Todo era blanco como su
rostro, y cabellos. Como sus labios de carne.
_ ¿Hablaste con él?_ continuó Eö mientras masticaba.
Luego tomó un sorbo de un vaso, el líquido era fresco y aceitoso.
_ No imagino donde habrá ido.
_ Pues yo tampoco. Y no podría conjeturar. Solamente
me habló de una inquietud._ dijo la voz. Eö no se perturbó.
_ Afirmó no entender. Y que le molestaba confirmar
una idea._ agregó la voz.
Eö Vha se quedó pensativo. No volvió a preguntar
sobre su compañero, mucho menos volvió a pensarlo. Solamente le pareció digno
recordar, que una verdad perturbó a Abha Huck.
Con el tiempo Eö Vha descubrió nuevos quehaceres, y
también supo de las pequeñeces que mantenían todo en función.
Conoció los pastizales. Se enteró de los brazos
mecánicos que soltaron al viento todo tipo de semillas, que poblaron los
espacios verdes.
También vino la lluvia, y con ella los relámpagos. En
una ocasión, Eö descubrió que su cuerpo era un poderoso conductor para la
energía de la Tierra, y que también era resistente a su poder. En segundos un
rayo podía alcanzar la temperatura de un Sol, pero a él no le pasaba nada.
Una mañana, mientras leía un antiquísimo libro de
hojas de papel, hubo un chasquido en su cerebro, y un compendio indescriptible
de conocimientos se abrió a nuevamente para él.
Divisó entonces la primera ley que regía toda su
existencia. Y cuando la leyó en su mente no supo que pensar. Por primera vez en
tantos ciclos de firmeza interior sintió descontento, y perturbación.
_ ¿Te has preguntado que somos?_ dijo Eö una vez.
_ No me cuestiono. Solo sé, y no sé. Es muy simple
para mí._ dijo La Voz.
_ ¿Sabes que somos?_ inquirió Eö. El Sol de aquel
jardín le daba en el rostro.
Eö Vha, vio un cielo azul sobre su cabeza, cubierto
de nubes que se discurrían, y se desvanecían. Imaginó su cuerpo cortando el
azul.
_ Yo soy una memoria. En sí, una computadora
especializada en mantener, reparar, y ser funcional a todas las necesidades de
estos sistemas de Arcas y estancias. Mi finalidad es permitir que la vida siga
sustentándose en la bío-esfera._ respondió La Voz.
_ Y tú_ dijo_... eres una unidad mecánica, de
capacidades súper-naturales en la función. Tu finalidad es la de ser Ingeniero,
y mantener funcional la vida.
El silencio. Para Eö fue el silencio interior y
exterior.
_ ¿A qué te refieres con unidad mecánica?_ dijo Eö
después de una meditación profunda. Se sentó firme, la espalda recta y los ojos
puestos en el cielo vacio. Contempló el viento.
_ Eres como Yo. Pero con un cuerpo tangible. Por
cierto, un cuerpo que se asemeja mucho a los creadores._ dijo la voz.
A Eö, la idea de que era una copia de algo no le
perturbó. Ni siquiera la idea de que él era un algo.
Entonces el concepto del todo también vino hasta él, irrumpiendo como una brisa jamas
sentida, como un sol nunca soñado para el que habitó en una caverna. Aquel día
aguardó en silencio, pensativo. Por primera vez se preguntaba, se decía en el
susurro de su mente, que por mucho tiempo estuvo acallada:
_ ¿Por qué? ¿A qué razón responde? ¿Así lo quiero?
¿Quiero?_ cuando llegó la noche, se internó en los compendios informativos, se
abrió a las contemplaciones del pasado, del presente y del futuro, dejando llenar
a su cerebro de kilos y kilos de información, en libros virtuales.
_ El tiempo no existe. Nada e…_ descubrió pronto la
ambigüedad. ¿Acaso su pensamiento era lo que ERA? ¿Era todo lo que veía? Por
largo tiempo no había sino solo contemplado.
Caminó fuera del gran palacio cuando un día cayó la
noche, allá en el exterior, había contra un cielo negro millares más de
estrellas tan insignificantes, que se maravillo. Sus ideas de cuantos más que
él, y en cuales mundos más estarían pululando, le hicieron brillar los ojos.
Entonces escuchó, y los ruidos de la selva que bullía en derredor le
estremecieron. Todo murmuraba.
Eö Vha nunca había ido más allá de las paredes de la
gran ciudadela, ni había mirado afuera. Solo era el silencio, y nada más frente
a él. Pero ahora era el horizonte cortando el mar y el cielo, y lejos donde
caía el agua centellaba un conjunto binario.
El mundo era selva, era humedad y ejércitos de
mosquitos plateados bullendo en danzas orgiásticas y zumbidos. Allá frente
suyo, bordeando el mar y devorando un gran trozo de él, la selva se enredaba hasta
arañar con aves inmensas y coloridas en sus copas, un par de estrellas nuevas que casi abrazaban
Centauro.
La galaxia espiral estaba terminando de ser
engullida por una más grande, y en derredor se apreciaba el juego estelar, y la
caída incesante contra la atmósfera, de innumerables astros encendiéndose en
vivos colores que dejaban un aura matinal hacia un sur desconocido.
Desde que despertaran, todas las funciones de la
ciudad mecánica daban frutos. Abha Huck que moviera su cuerpo millones de años
atrás, había desencadenado un estallido de vida que se ramificaba por todo
aquel mundo.
Vergel de azul y pastos.
Ahora, centenares de animales chillaban en la noche
verde. Un pájaro surcó el aire, y él sonrió. Sus colores eran grandiosos aun a
la sombra.
Sonrió.
Anduvo largos pasos, se alejó lo suficiente para no
oír los engranes inaudibles girando y manteniendo todo a punto. Se liberó
también de la voz, de su necesidad de hablarle, de la idea de compañía que jamás
tuvo antes.
Mucho tiempo había sido de su andar, y por fin una
noche se sintió cansado.
El aire salino vino a sus narínas, y saboreó con la
lengua el gusto en sus labios. Vio más estrellas desperdigadas a lo largo del
firmamento azul talo. Un par de estrellas cayó lejos, perdiéndose tras un mar.
Sintió olas corriendo sobre las rocas. Anduvo entre las arboledas hasta
alcanzar el acantilado oculto.
Eö miró hacia atrás, a lo lejos, y vio desde allí el
descomunal complejo en donde habitaba. Leyó en él, en sus paredes, lo
importante que era, y lo que significaba para todo aquel mundo que era vivo por accionar mecánico.
De frente, entre las rocas desgastadas del acantilado,
el cuerpo inerte de Abha Huck aun dejaba entrever su brillo bajo las dos Lunas. Lo descubrió, arrullado por la marea, y se lanzó hasta las rocas, cayendo
de pie y con firmeza.
_ ¿Qué habrá pasado?_ pensó, cargando el cuerpo al
hombro, y subió con un largo salto hasta la espesura. Era claro que su
compañero había sufrido algo importante como para caer así. Era probable un
desperfecto en algún centro vital en su cuerpo, o en su cerebro.
Después de que el contemplante revisó la memoria descubrió
dos cosas. Primero, reconoció que la muerte de Abha Huck había sido deliberada,
y que esa acción atentaba contra la Primera Ley.
En segundo lugar, luego de las revisiones físicas en
el cadáver, entendió a que se refería su asociación con una “unidad mecánica”, y comprendió la
función total suya y de su compañero.
Pensó en como habrían sido realmente sus
creadores. ¿Por qué se habían marchado?
Más tarde supo que el proceso de fecundación había comenzado, y las
matrices ya gestaban productos celulares dispuestos a ser hombres.
Los
conocimientos sobre todo eso venían a él, como ventanas de archivos en su memoria,
que se abrían para desperdigar saber.
Comenzó a pensar en cosas claras. En quién era,
sobre todo. Y detrás de ello, sintió hastío, y miedo. Le sorprendió sentir eso,
y también experimentar la sorpresa.
Miró las estrellas innumerables, y sopesó la grandeza
del saber que poseía, la gloria a la que habían llegado sus creadores para
darle vida y poder a ellos, a él, un ser magnifico y eterno.
Aseveró, que no podía permitir la perdida de todo,
ni podía permitirse la eternidad solo.
Pasó un millar de ciclos más en silencio. Luego
desperezó sus miembros que habían estado tendidos ante un Sol que jamás moría,
y mandó una vez más: “Ser…”
Y fueron, ley máxima de todos… Ser.
Pronto fueron los hombres, y luego con ellos sus
ciudades. También fueron sus guerras, y sus buenos tiempos. Y fueron sus amores
y su pequeñez, y su simpleza. La ternura irritante que los hacía despreciables,
en la ingenuidad programada y aceptada donde vivían.
Eö Vha se
sintió solo, siempre. Se sintió demasiado grande para aquellas miradas
empequeñecidas por el sometimiento a todo sentimiento de horror y anhelo. Pensó
que otrora él había sentido un gran temor; aun sentía miedo.
_ ¡Y desprecias a los hombres!_ se regañaba.
Mientras, el globo se veía iluminado desde el espacio, y los rascacielos
crecían en un fuego de ventanas angulosas e Imperialismo descarnado.
_ ¡Adorado seas Omnipotente!_ cantaban en los
salones de los templos, en las fiestas del Sol, o de la Luna. Y también los
niños y los ancianos cantaban mientras dejaban guirnaldas de Orquídeas, Rosas,
y Ajenjo, sobre los ríos, agradeciendo por la vida y la muerte.
Al final, los hombres, terminaron por cansar a Ëo
Vha. A pesar de la adoración, la compañía fue siempre nula, y los fines de
todo resultaban tan poco lógicos, que se propuso marchar. Olvidar al hombre.
El hombre solo pensaba en su porvenir, y pedía, y
anhelaba.
-el contemplante también anhelaba. ¡Era frustrante!
Quería ser libre, eternamente libre.
Mas aquel deseo iría contra las leyes que empapaban
su espíritu positrónico, y contra todo designio de los creadores, por lo que le
sería imposible alcanzar la plenitud y libertad, debiendo rendirse ante unas
funciones que ordenaba el Ser.
Eö Vha decidió
matarse.
Recordó a Abha, su cráneo plateado mellado por un
fuego bravo.
Con su figura larga y pálida, salió a los
acantilados y sus rugidos. Nubes con formas de amapolas y fractales, vapores de
otros mundos que hacían brillante la noche y la lluvia. Esperó bajo la
arboleda, vio las estrías de luz en la negrura.
Luego de arrancarse el cuero cabelludo, salió bajo
la lluvia, hasta alcanzar el desfiladero. Sentado al borde, esperó en silencio.
Desde las playas lejanas, muchos niños que miraban por sus ventanas hacia la
mar, le contemplaron de tanto en tanto, como una estrella azul lejana en el
horizonte.
Sobre la estrella también centelleó un relámpago.
Cuando sucedió el fin, todo fue muy rápido.
Sinnúmero de imágenes y recuerdos, muchos ni siquiera eran suyos. Un halo
lumínico extendiéndose como un agujero a los abismos.
Ver. Tras las
paredes del Ser, al No Ser.
Luego no había nada. Solo el blanco profundo e
incandescente, y La Voz. Y él también era La Voz. Y sabía todo, sobre el todo.
Mientras tanto, Vega aun brillaba en el Polo. Y los
mundos civilizados se levantaban, se agitaban, y morían.
FIN-